La cocina de Vero Cassinelli: donde la magia sucede

Por Silvina Baldino

Nada se puede comparar a la experiencia de tener unos anfitriones cocineros abriéndote las puertas de sus propia casa, recibiéndote bien durante varias horas mientras estás rodeado de buena gente y exquisita comida. Todo eso sucede en las Clases Degustación de Verónica Cassinelli (ex Cassilda), un evento en el cual la cocinera reúne a un puñado de gente de buen comer para enseñar recetas, técnicas culinarias y degustar lo que se cocina.

Cae el sol y nos llegamos hasta una linda casona de Barrio Hipódromo. Allí, Vero Cassinelli nos recibe con su delantal. En la cocina, todo está preparado para disfrutar de una experiencia culinaria singular. Una mesa que oficia de barra; cinco participantes apostados en banquetas altas; lapicera y hojas de apunte; una jarra con agua y maní para picotear. Frente a la mirada atenta de estos cinco foodies, la anfitriona comienza a desplegar toda su magia en lo que será la Clase Degustación de ese día: Parrilla.

Comenzamos con la elaboración de las salsas. Toda parrillada tiene que tener una buena salsa. Somos muchos los que pensábamos que para disfrutar de una buena carne a la Parrilla sólo se necesita buena materia prima, un poco de sal (mejor si es en escamas), y fuego. Pero en esta clase aprendimos que una rica salsa es el mejor acompañamiento de una carne a la parrilla. Vero eligió para esta ocasión, enseñarnos cinco versiones: Criolla Clásica, Gremolatta, Chimichurri a base de tomates secos, Barbacoa, y Alioli de Romero y Limón.

A continuación, la cocinera nos invitó a vermutear para disfrutar del momento más solemne: el encendido de las brasas. Antes de pasar al sector de la parrilla en su patio, nos preparó un vermú Americano junto a una rica picada. Quesos, jamón crudo, olivas, focaccia y pan de masa madre fueron testigos de nuestro paladar inquieto.

Llegó el momento de preparar los alimentos que se tirarán a la parrilla. Vero pone a descansar una corvina sobre una rejilla (accesorio parrillero indispensable si te gusta asar pescados) y sazona con mucho jugo limón, rodajas del cítrico, perejil, salsa de ostras y albahaca fresca. Luego es el turno de los cortes vacunos: desengrasa la entraña y deshuesa un bife de chorizo. Por último el cerdo: se prepara la paleta; se pinta el pechito con salsa barbacoa; y se adoba un matambrito con una pasta de berenjenas y aceitunas. A un lado reposan algunos chorizos y morcillas, que irán así a la parrilla.

Si hay algo para destacar es el orden que mantiene la anfitriona en su cocina. Vero lava y seca la vajilla y los recipientes que usa entre cada preparado. Ahora es el turno de los vegetales. Papas, tomates, berenjenas, hinojos, cebollas, endivias con un toque de oliva, sal y algo de hierva fresca (romero, tomillo, albahaca, según la verdura) para intensificar el sabor. Por último las manzanas que servirán de postre, con un toque de miel, azúcar mascabo, manteca y jugo de naranja. También, una banana improvisada. Cada una de las piezas, envueltas en papel aluminio para ser llevadas a las brasas.

Y el encuentro se hace extensivo alrededor del fuego. Entre charla y charla Vero vigila las brasas, las carnes y las verduras. Descorchamos un vino, brindamos al son de un ¡Salú! y nos olvidamos del mundo para ser parte de este ritual fraternal. “Me encanta que estas clases de cocina devenga en algo social, donde se comparte no sólo la cuestión gastronómica sino que podamos charlar de otras cosas… porque a mí me gusta enseñar pero también que se goce de comer y ser partícipe de una cena descontracturada”, dice la cocinera.

Son las 9 y media de la noche y llega el momento más esperado: degustar la parrilla. Explosión de aromas y sabores. Después de los primeros bocados, viene el famosísimo “aplauso para el asador”, el cual enuncia que la anfitriona ha realizado correctamente su labor. Los platos se van sucediendo unos tras otros. La corvina se coloca en el centro de la mesa y cada uno se sirve su ración.

La parrilla, casi abandonada, queda en compañía de pequeñas brasas que lentamente van perdiendo calor. Llega el último plato: el postre. Y así, el final de un banquete en el que Vero Cassinelli entendió bien cómo desplegar una oda a lo casero. Lo grato de esta experiencia es que es, literalmente, única. Porque cada clase degustación es diferente, y porque la cocina es algo que claramente une a las personas. Compartir la mesa con gente copada tiende a establecer nuevos lazos, lo que lo convierte en una ceremonia singular.

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Clases Degustación by Verónica Cassinelli

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